Dragonismo: sólo sobreviven los fuertes
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Dragonismo: sólo sobreviven los fuertes
Thanac se hallaba en su finca palaciega, a las afueras del barrio residencial (Viviendas) de Synchronicity. El anciano dragón empleaba esta mansión como su centro de operaciones en el reino, desde dónde participaba del comercio de Divas y Apolos con el fin de distribuirlos entre los dragonistas de Nastrand.
Caminaba con paso decidido por los pasillos del palacio, adornados al estilo de Nastrand, todo de negro. Las antorchas flameaban a su paso y algunos sacerdotes dragonistas (la guardia) hacían una leve reverencia a su paso. Thanac se detuvo ante una puerta de hierro. Con un gesto suyo, se oyó un ruido de candados y pestillos que se abrían, y la puerta cedió hacia dentro.
Ésta dejó entrever una gran y espaciosa estancia, considerablemente lujosa. El suelo de mármol negro encerado reflejaba el techo y las paredes. Grandiosos y bien conservados muebles forrados en terciopelo negro se distribuían por la habitación, tales como un sillón mullido y cómodo, un diván, un sofá y varias sillas exquisitamente trabajadas. Las cortinas, igualmente negras y bien cuidadas, estaban recogidas, por lo que las ventanas proporcionaban una espléndida vista de la ciudad más allá del bosque.
En el centro de la estancia, junto a la pared, destacaba una cama de considerables dimensiones, con dosel de terciopelo negro también, y con unas sábanas y almohadones de seda negra tan finamente bordados en hilo de oro, que supondrían la envidia de un maharajá. Tumbada sobre la cama se encontraba la famélica figura masculina de un Apolo. Un reloj de carillón que debía valer una fortuna marcó la hora con un sonido rítmico y acompasado, tan dulce y delicado, que no logró despabilarlo por completo.
Thanac se acercó hasta esa figura y la analizó de cerca como tantas veces había hecho antes: un joven que aparentaba no más de dieciocho años, de pelo rubio, menudo aunque atlético, que mantenía una expresión ausente y una mirada triste y perdida. El dragón se relamió los labios con una lengua bífida (lo cual contrastó siniestramente con su apariencia humana) y puso una mano sobre la frente del muchacho.
Inmediatamente, éste empezó a brillar con una luz azulada que ascendía por el brazo del dragón. Este proceso se repitió durante varios minutos, hasta que el Apolo se retorció, dejó escapar un grito de dolor agudo y desesperado, y finalmente expiró. La luz desapareció por completo, y el muchacho quedó reducido a un mero objeto inerte sin vida ni esencia.
El dragón sonrió satisfecho de haber asimilado toda su energía.
-¡Necesito más! -exclamó con voz grave y profunda.
Caminaba con paso decidido por los pasillos del palacio, adornados al estilo de Nastrand, todo de negro. Las antorchas flameaban a su paso y algunos sacerdotes dragonistas (la guardia) hacían una leve reverencia a su paso. Thanac se detuvo ante una puerta de hierro. Con un gesto suyo, se oyó un ruido de candados y pestillos que se abrían, y la puerta cedió hacia dentro.
Ésta dejó entrever una gran y espaciosa estancia, considerablemente lujosa. El suelo de mármol negro encerado reflejaba el techo y las paredes. Grandiosos y bien conservados muebles forrados en terciopelo negro se distribuían por la habitación, tales como un sillón mullido y cómodo, un diván, un sofá y varias sillas exquisitamente trabajadas. Las cortinas, igualmente negras y bien cuidadas, estaban recogidas, por lo que las ventanas proporcionaban una espléndida vista de la ciudad más allá del bosque.
En el centro de la estancia, junto a la pared, destacaba una cama de considerables dimensiones, con dosel de terciopelo negro también, y con unas sábanas y almohadones de seda negra tan finamente bordados en hilo de oro, que supondrían la envidia de un maharajá. Tumbada sobre la cama se encontraba la famélica figura masculina de un Apolo. Un reloj de carillón que debía valer una fortuna marcó la hora con un sonido rítmico y acompasado, tan dulce y delicado, que no logró despabilarlo por completo.
Thanac se acercó hasta esa figura y la analizó de cerca como tantas veces había hecho antes: un joven que aparentaba no más de dieciocho años, de pelo rubio, menudo aunque atlético, que mantenía una expresión ausente y una mirada triste y perdida. El dragón se relamió los labios con una lengua bífida (lo cual contrastó siniestramente con su apariencia humana) y puso una mano sobre la frente del muchacho.
Inmediatamente, éste empezó a brillar con una luz azulada que ascendía por el brazo del dragón. Este proceso se repitió durante varios minutos, hasta que el Apolo se retorció, dejó escapar un grito de dolor agudo y desesperado, y finalmente expiró. La luz desapareció por completo, y el muchacho quedó reducido a un mero objeto inerte sin vida ni esencia.
El dragón sonrió satisfecho de haber asimilado toda su energía.
-¡Necesito más! -exclamó con voz grave y profunda.
Thanacgos-
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